La palabra es un regalo. Un precioso don derramado en las entrañas de aquellos que aún tratan de apresar la verdad. Es un presente inesperado, inmerecido, a veces desconocido, oculto.

Una de las mayores satisfacciones del maestro es descubrir el poder, los dones, las capacidades que se encuentran dormidas en sus alumnos. Descubrirlas y re-conocer su valor, su potencial, el inmenso poder de lo inmerecido, de lo otorgado, del don.García Márquez pidió en el último congreso del ya anciano idioma español que escribamos, y que escribamos bien... para esos millones y millones de lectores ávidos por encontrar en las palabras algo más que promesas o esperanzas de consumo. Que escribamos bien, que mimemos las palabras, que pongamos en el cajón de los regalos el más preciado, el más frágil, el más etéreo, el don de (enseñar) la palabra.







domingo, 12 de junio de 2011

ODAS









Oda al Libro II.   Pablo Neruda   en  Odas elementales  ( Adaptación)
















Libro
hermoso,
libro,
mínimo bosque,
hoja
tras hoja,
huele
tu papel
a elemento,
eres
matutino y nocturno,
cereal,
oceánico,                                                  
en tus antiguas páginas
cazadores de osos,
fogatas
cerca del Mississipi,
canoas
en las islas,
más tarde
caminos
y aminos,
revelaciones,
pueblos
insurgentes,
libro
oculto
de bolsillo
en bolsillo,
lámpara
clandestina,
estrella roja.

Nosotros                              
los poetas
caminantes
exploramos
el mundo,
en cada puerta
nos recibió la vida,
participamos
en la lucha terrestre.
¿Cuál fue nuestra victoria?
Un libro,
un libro lleno
de contactos humanos,
de camisas,
un libro
sin soledad, con hombres
y herramientas,
un libro
es la victoria.
Vive y cae
como todos los frutos,
no sólo tiene luz,
no sólo tiene
sombra,
se apaga,
se deshoja,
se pierde
entre las calles,
se desploma en la tierra.
Libro de poesía
de mañana,
otra vez
vuelve
a tener nieve o musgo
en tus páginas
para que las pisadas
o los ojos
vayan grabando
huellas:
de nuevo
descríbenos el mundo,
los manantiales
entre la espesura,
las altas arboledas,
los planetas
polares,
y el hombre
en los caminos,
en los nuevos caminos,
avanzando
en la selva,
en el agua,
en el cielo,
en la desnuda soledad marina,
el hombre
descubriendo
los últimos secretos,
el hombre
regresando
con un libro,
el cazador de vuelta                          
con un libro,
el campesino
arando
con un libro.

ODA A LA SANDÍA


El árbol del verano
intenso,
invulnerable,
es todo cielo azul,
sol amarillo,
cansancio a goterones,
es una espada
sobre los caminos,
un zapato quemado
en las ciudades:
la claridad, el mundo
nos agobian,
nos pegan en los ojos
con polvareda,
con súbitos golpes de oro,
nos acosan
los pies
con espinitas, 

con piedras calurosas,
y la boca
sufre
más que todos los dedos:
tienen sed
la garganta,
la dentadura,
los labios y la lengua:
queremos
beber las cataratas,
la noche azul,
el polo,
y entonces
cruza el cielo 

el más fresco de todos 
los planetas, 
la redonda, suprema 
y celestial sandía. 
Es la fruta del árbol de la sed. 
Es la ballena verde del verano.

El universo seco
de pronto
tachonado
por este firmamento de frescura
deja caer
la fruta
rebosante:
se abren sus hemisferios
mostrando una bandera
verde, blanca, escarlata
que se disuelve
en cascada, en azúcar,
¡en delicia!

¡Cofre de agua, plácida
reina
de la frutería,
bodega
de la profundidad, luna
terrestre! 

¡Oh pura, 

en tu abundancia 

se deshacen rubíes 

y uno 

quisiera 

morderte 

hundiendo 

en ti 

la cara, 

el pelo, 

el alma! 

Te divisamos 

en la sed 

como 

mina o montaña 

de espléndido alimento, 

pero te conviertes 

entre la dentadura y el deseo 

en sólo 

fresca luz 

que se deslíe, 

en manantial 

que nos tocó 

cantando. 
Y así 
no pesas, 
sólo 
pasas 
y tu gran corazón de brasa fría 
se convirtió en el agua 
de una gota.

(Pablo Neruda,  de Las Odas Elementales, 1954)

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